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Lunes 5 de julio de 2021 Cultura

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PUBLICAMOS FICHA DEL EJÉRCITO EN QUE APARECE CARMEN COMO SOLDADO Y CRÓNICA DE 1933 QUE ANUNCIA MUERTE DE CANTINERA A LOS 132 AÑOS

Wilfredo Santoro Cerda

Existen dos formas de escribir la historia. Una en la cual se actúa sin juicios previos. Se reúnen documentos y en base a lo que éstos indican se proyectan biografías y escenarios. La segunda es inversa. El autor ya tiene una idea previa acerca de ese pasado, por lo tanto los documentos se deben ajustar a sus prejuicios. Si algún documento no coincide con lo que ese historiador piensa… son los documentos los que están mal.

Digo esto por el hallazgo que realizó un equipo investigador de “Los Viejos Estandartes de Antofagasta”. Ellos localizaron en el Cementerio de Chuquicamata la tumba de Carmen Pastenes, una mujer que participó en la Guerra del Pacífico y que falleció oficialmente a los 132 años.

LO DIFÍCIL DE CREER

Los cuestionamientos se han centrado fundamentalmente en dos puntos. Primero, que el máximo registrado y reconocido que ha vivido una persona son 122 años y teóricamente sería imposible superar ese límite. Segundo: que Carmen no aparece como cantinera en los registros del Ejército. Como tercer punto se puede agregar cierta incoherencia en su historia militar. Todo eso ha generado algunas descalificaciones hacia quienes hemos difundido esta historia y –peor aún- incluso hacia la misma protagonista.

Con respecto a eso –y como responsable de esa nota- puedo afirmar lo siguiente. En primer lugar, yo no inventé la historia. Existe una crónica del diario “El Abecé” de 1933 que la relata. Dice en síntesis que doña Carmen Pastenes afirmaba haber participado en la Guerra del Pacífico primero como soldado –haciéndose pasar por hombre - y tras ser descubierta asignada como cantinera. Que recibió dos medallas por esa acción, que murió a los 132 años y que al momento de sus exequias recibió honores militares por parte de la unidad local de Carabineros.

Segundo elemento aclaratorio. La información que entrega “El Abecé” respecto a la edad de Carmen es formalmente correcta. En nuestra nota presentamos el certificado de defunción del Registro Civil acreditando que oficialmente tenía 132 años al momento de fallecer. Es más, en el camposanto chuquicamatino se halla la tumba que aún mantiene la placa con fecha de nacimiento y defunción colocados por sus familiares en 1933.

Con respecto a la incoherencia en su participación en la guerra, eso es una realidad. Pero a mi juicio esas imprecisiones tienen su fundamento en dos causas. La primera es la distancia cronológica entre el fin de su participación en la guerra y su deceso. En cincuenta años se produce una inevitable deformación de la realidad, más aún en una mente con más de 100 años de vida. La segunda es la diversidad de fuentes. Doña Carmen fue transmitiendo su experiencia a nivel familiar y ellos obviamente la contaron de forma diferente. Es evidente que al periodista de “El Abecé” le llegó un cúmulo de información media disímil.

LO QUE REALMENTE IMPORTA

Termino esta presentación señalando que el espíritu de  “Los Viejos Estandartes  de Antofagasta” –específicamente de mis amigos investigadores  Ana Olivares Cepeda y Rodrigo Castillo Cameron- y del mío propio como autor de la nota, no ha sido establecer un nuevo record Guinness de longevidad ni traer a colación una nueva cantinera de la Guerra del Pacífico. El espíritu de la investigación es recuperar la memoria de aquellas gloriosas personas que hace siglo y medio ofrecieron su vida ante el llamado de la Patria. Y en Chuquicamata hay una tumba casi anónima que guarda los huesos de una de aquellas heroínas que participaron en esa gesta. Carmen Pastenes es una mujer extraordinaria y es un insignificante detalle que haya tenido 133, 100, 25 o 200 años. También es irrelevante si fue cantinera o camarada. Ella es una mujer chilena que inobjetablemente fue a la guerra. Arriesgó su vida por amor. Amor a la Patria, amor a su familia y tributo a su sangre araucana. Digna de ser recordada y digna de ser respetada.

LOS DESCENDIENTES

Han aparecido más antecedentes que ratifican  su historia. Descendientes que conocían pormenores al interior de la familia y que nos han manifestado su complacencia por la difusión. Puedo mencionar específicamente a los señores Hernán Opazo y Jorge Herrera, quienes nos han entregado antecedentes adicionales respecto a su distinguida pariente.

Pero hoy pondré a vuestra disposición dos nuevos documentos. El primero es una ficha extendida por el Ejército correspondiente al soldado Carmen Pastén. En esta se acredita su participación en las campañas de Tarapacá, Tacna y Arica, concediéndosele medalla por sus acciones. La unidad es diferente a la que señala el diario, pero ya hemos dicho que existen algunas distorsiones que no debieran incidir en el fondo, que es la presencia de Carmen en la guerra.

Un segundo documento que pondremos a vuestra consideración es el texto original aparecido en “El Abecé” del domingo 9 de abril de 1933, transcrito por la misma investigadora Ana Olivares Cepeda. Esperamos que ambos documentos, sumado al certificado de defunción y la tumba de esta valerosa mujer –publicados previamente- rompan esa tremenda resistencia de algunos para reconocer el valor de una araucana sepultada en Chuquicamata.

(EXTRACTADO DEL DIARIO “EL ABECÉ”, DOMINGO 9 DE ABRIL DE 1933)

Ha muerto en Chuquicamata la mujer de vida más novelesca que se haya conocido en Chile

   Carmela Pastenes tenía ochenta años de edad cuando su hijo murió en la guerra del Pacífico.- Deseosa de vengarlo, se enroló como soldado en el regimiento Coquimbo, usando el nombre de Carmelo.- herida en un combate cerca de Huara, se descubrió en la ambulancia su verdadero sexo.- Termina la campaña como cantinera y después viaja por Europa como niñera de los hijos de don Enrique Sloman.- Concluye sus días en el mineral de Chuquicamata, donde servía de médica y “compositora”.

   Hace poco se dio cuenta en este diario de que en el Mineral de Chuquicamata,- donde la empresa norteamericana Chile Exploration ha instalado una de las plantas cupríferas mayores de América.- había dejado de existir a la edad de de 132 años, doña Carmela Pastenes viuda  de Opazo, quien había servido como cantinera en el Batallón Coquimbo 6to de Línea, durante la guerra del Pacífico. En efecto, dicha ex cantinera murió a las tres de la madrugada del 19 de Marzo y sus funerales se efectuaron con cierta solemnidad, rindiéndola honores militares la guarnición de Carabineros y pronunciando discursos en el cementerio un profesor primario, escolares y deportistas.

   Posteriormente, el corresponsal de EL ABECE en el mineral ha podido imponerse de que la extinta era uno de esos seres extraordinarios cuya vida se desarrolla en pleno absurdo, a tal punto que al relatarla teme el cronista que se le acuse de haberse lanzado a escribir novelas de aventuras.

   Carmela Pastenes nació en Arauco el 16 de julio del año 1800. Así ha sido anotado con ocasión de se deceso, en el Registro de defunciones de Chuquicamata. Sus padres fueron Vicente Pastenes y Micaela Pastenes.

   Casada tuvo un hijo, Ignacio Opazo, que se enroló como corneta en el Ejército de 1879 y partió a la guerra. Fue con mala suerte, porque en la batalla de Dolores una bala peruana lo echó al montón de los héroes anónimos cuyos huesos están todavía diseminados por el inmenso “desierto” nortino. Desierto hasta cierto punto, porque en él no vive casi nadie; pero soporta un tráfico incesante: el cronista lo ha recorrido a caballo, en ferrocarril, en auto y en avión.

   Cuando le llegó a Carmela Pastenes la noticia de que su Ignacio había perecido en manos de los “cholos”, vibró con la fiereza de su sangre araucana y decidió vengarse. Tenía ochenta años de edad; pero, era vigorosa como una muchacha de veinte y, acostumbrada a la vida heroica de las selvas sureñas, no le tenía miedo a nada.

   Como su condición de mujer no le permitía en aquellos tiempos la libertad que necesitaba, adoptó el traje masculino y se vino al norte, donde se enroló en el Batallón Coquimbo con el nombre de Carmelo Pastenes.

   “Carmelo” siguió con las tropas, sin que nadie imaginara que ese soldado varonil y animoso, poseído de ardor patriótico, era una anciana que llevaba en el corazón solamente el anhelo de vengar la muerte de su hijo.

   Ignacio había sido todo para ella. Ni marido, ni hogar, ni amistades, nada le importaron desde que Ignacio había muerto. En su mentalidad de araucana que había presenciado los últimos choques de los aborígenes con los “huincas” y el desarrollo de la formación de la nueva nacionalidad chilena, por la cual su hijo había rendido la vida, no había para Carmela Pastenes, criada en un ambiente de perenne lucha entre los hombres y con la naturaleza misma, otro deber que la venganza. Se comprende, pues, que fuera un soldado valiente.

   Tomó parte en varias acciones de guerra, comportándose como todos aquellos héroes de 1879: decididos, serenos, despectivos ante los peligros. La suerte la acompañó durante algún tiempo; pero, la valerosa mujer no había contado con algo que haría que se descubriera el subterfugio a que había recurrido para satisfacer su propósito vengativo: el caer herida en un combate.

   Y fue lo que le ocurrió. En una escaramuza que se produjo en el puente denominado “El Lagarto”, en las cercanías de pueblo tarapaqueño de Huara, el soldado Carmelo Pastenes cayó con la pierna derecha perforada por una bala enemiga. Terminada la acción, los camilleros recogieron a Carmelo, algo asombrados por la resistencia que oponía a ser llevado a la ambulancia, y lo entregaron a los cirujanos militares.

   Obligado a descubrirse para examinar la herida, los cirujanos vieron estupefactos que ese soldado era una mujer. La curaron, mientras un ordenanza iba a la ¡carrera mar! para dar cuenta de la sensacional novedad en el frente.

   Después de largas entrevistas en las que el soldado Carmelo tuvo que contar una y otra vez a los jefes militares los motivos que había tenido para fingirse hombre e incorporarse al Ejército se decidió, con la autorización del general en jefe, don Manuel Baquedano, que la valerosa mujer continuara en el regimiento en la calidad de cantinera. Después quedó adscrita al cuartel general.

   En esta forma, Carmela Pastenes continuó con el Ejército durante toda la campaña, presenciando todas las batallas. Haciendo recuerdos, decía que la acción que más la había impresionado fue la toma del morro de Arica. Entró con las tropas a Lima, siendo luego licenciada.

   Se nos ha dicho que tenía dos medallas, las cuales habría entregado a un capitán de Carabineros que le prometió conseguir que se le tramitara una solicitud de pensión de retiro, pues durante el resto de su vida no percibió ningún auxilio fiscal.

   Terminada la guerra, Carmela Pastenes se instaló en Tocopilla donde la conocieron muchas caracterizadas personas por el apodo de Carmelo, pues se sabía de su extraña aventura en las operaciones bélicas. Entre los que conocieron a Carmela Pastenes figura el extinto industrial salitrero alemán, don Enrique Sloman, quien la tomó a su servicio. Carmela era ya viuda, porque el marido abandonado por ella al decidir su ingreso  el Ejército, falleció en el pueblo coquimbano de La Higuera, en el año 1885.

   Tan bien se portó Carmela al servicio del señor Sloman, que este caballero la llevó a Europa, como cuidadora de sus hijos. Esto le permitió aumentar el tremendo caudal de recuerdos y anécdotas que la hacían sumamente interesante para los que llegaban a conocerla.

   Siempre andariega, estuvo en varios pueblos del norte y el Destino pareció complacerle en hacer que presenciara diversos acontecimientos de sensación, como los combates de La Noria en  la revolución de 1891 y la matanza de Iquique, en 1907, sucesos de los que daba detalles que convenían de la veracidad de su presencia en ellos.

   Centenaria ya, se radicó el año 1917 en el mineral de Chuquicamata, donde al poco tiempo comenzó una actividad que hasta entonces no se le conocía: era médica y “compositora”, es decir, arreglaba tronchaduras, dislocaciones, etc.

   No se necesitaba más para que aumentara su prestigio entre la gente del pueblo, pasando pronto a ser el cirujano oculto de los mineros y de los deportistas, quienes acudían a ella para que los compusiera cuando se accidentaban en las faenas o en un partido de fútbol. Por supuesto que todos los datos que le dan personas que vivieron cerca de la anciana Pastenes, la vida extraordinaria cuyas aventuras el cronista entrega a la curiosidad del público.